lunes, 3 de febrero de 2014

La sacerdotisa del bien y Willaq Uma


Capítulo XXXIII

"La mujer del Inca presenta ansiedad y temor, había dicho él. Ella lo miró transportándose hasta el palacio. Supo entonces que alguien poderoso quería adueñarse del Inca y provocaba en la Coya la locura. Veo que grita como una perturbada, dijo ella. Combina las voces con un silencio y una melancolía que se hacen insoportables, había dicho él. La enfermedad ha sido inducida para causarle daño, respondió ella. Pero no se atrevió a dejarle pasar. Te esperamos entonces en el palacio, para que la trates, se despidió Willaq Uma. Y la médico chamán se puso manos a la obra queriendo alejar de sus pensamientos a Willaq Uma. No tenía muy buena reputación entre las damas de la montaña. Todas lo deseaban pero también lo temían. Ella lo amaba y no lo temía y tampoco creía en su mala reputación. ¡Es porque lo envidian!, se convenció. 

Y al día siguiente, temprano, se arregló para ir hasta el palacio. Él la esperaba. La llevaba esperando demasiado tiempo. ¿Por qué no le decía de una vez que la amaba? Porque la amaba, era sólo por eso. Te llevaré hasta sus aposentos, había dicho él. Y ella lo miró a los ojos y descubrió que una bruja odiaba a la Coya y acabaría odiándola también a ella. Y siguió mirando a los ojos de Willaq Uma, que tampoco dejaban de mirarla. ¡No es necesario que la molestemos!, dijo ella al rato. Creo que podré ayudarla. He descubierto cuál es el problema. Siendo así te visitaré al atardecer, y me dirás si tiene solución, se despidió él, y una vez más la dejó marchar y una vez más le ocultó que la amaba pero comprendió que ella ya lo sabía.


            La médico chamán subió hacia su casa pensativa. La bruja que soplaba el brasero de fuego también había sido bella y deseada, antes de que el rayo cayera sobre su cuerpo. Esa mujer era la causante del mal de la Coya. Esta hechicera sabía que podía llegar a matarla envenenándola, pero le gustaba hacerla sufrir y que el Inca se alejase de su esposa poco a poco y también quería que su embarazo se detuviese. Utilizaba chamico para inducirle la enfermedad. Le suministraba la planta disfrazada, añadiéndole unas gotas en el agua, pero en una porción pequeña, para no acabar con ella de golpe. La Coya apenas comía. Se consolaba tomando excesivas dosis de chicha que nublaban su mente y anulaban su persona. Se apoderaba de su cuerpo una locura furiosa para desmoronarse sin fuerzas al momento. Temblaba, se agitaba y, después de no controlar sus actos, caía al suelo. Se comportaba como si estuviera poseída. Era una mujer muy desdichada y lloraba con facilidad o le atacaba un absceso de risa sin razón aparente. Evitaba las fiestas. Ya no salía del palacio ni dejaba que nadie la viese.

       La hechicera la embrujó de tal manera que la había conducido a este destino. Agravaba su mal la presencia de las lluvias, y no podemos olvidar que la montaña se encuentra irrigada por las nubes durante casi nueve meses al año. Estos nueve meses de embarazo, que aún no había cumplido el hijo que esperaba. Los curanderos probaban con plantas, sin embargo, sus remedios hacían más bien poco. Estaban siendo bloqueados por la hechicera hasta que llegó el atardecer, y Willaq Uma visitó de nuevo a aquella extraña mujer, a la que estaba comenzando a desear. Ella abrió la puerta y le dejó pasar. Vestida de blanco, buscaba con ahínco un antídoto, él observaba. Fabricó un collar de huayroro, con granos ensartados, para que la melancolía desapareciese del cuerpo de la Coya y se lo entregó a Willaq Uma. Haz que duerma con él, le dijo, y él añadió, se lo haré llegar ahora mismo, y quiso añadir después: y regresaré a dormir contigo, pero no lo hizo y sólo dijo: mañana subiré para contarte si ha dado resultado. Durante la noche, la Coya durmió con el collar fabricado por la médico chamán, sin embargo, la ayudante de la hechicera, que se coló en el palacio sin ser vista, se lo arrancó a la Coya cuando dormía.
 
Y por la mañana temprano, él subió de nuevo hasta la chacra de su sacerdotisa amada. Apareció partido entre la almohada, le dijo, y le entregó las semillas de huayroro que  habían recogido las sirvientas. Alguien nos está neutralizando, explicó ella, colocaremos siaya en polvo sobre su pecho, para que la tristeza se marche de su espíritu, ¿Lo harás tú?, preguntó él, Sí, yo bajaré contigo, contestó ella, y los dos descendieron aquella mañana hasta el palacio."

4 comentarios:

  1. Un blog super interesante ! Saludos.

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    1. Un placer que te guste, Idolidia.
      Gracias por tu agradable comentario.
      Saludos!

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  2. El amor a veces hace estragos y más le vale a un hombre que no se fijen en él varias mujeres a la vez.
    Bss

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    1. Cuando un hombre ama "de verdad", por muchas mujeres hermosas que se le ofrezcan... ¿o eso es sólo una utopía?
      Como mujer lo veo así. Si amas, amas. ¿Para qué andar con dobles juegos?

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