Existen montañas que son especiales en sí mismas. Desconozco el motivo, sin embargo, siento debilidad por todas ellas. Cierto que el mar me relaja y ahuyenta de mí las vibraciones negativas hasta hacerlas desaparecer, sin embargo, las montañas me fortalecen y me recargan de vitalidad.
Quiero creer que los lugares guardan la energía de sus antiguos habitantes, al igual que las casas conservan entre sus muros las historias de sus moradores.Por ese motivo, el mar no puede guardar más que historias de naufragios y de sueños, y acaba disolviendo hasta los recuerdos. Imagino también que la energía que transmite un lugar, es percibida a pesar del transcurso de los años, e incluso de los siglos.
Machu Picchu, 500 años después de su fundación como ciudad, se mantiene cargada de energía. Encaramada en lo alto de la montaña, en un lugar de difícil acceso, parece guardar aún miles de secretos. ¿Qué tendrá esa montaña para atraer a miles de visitantes a diario?
Cuando necesito recargar pilas, cierro los ojos, respiro profundamente y visualizo ese lugar mágico. De alguna manera, en esos momentos, consigo sentir la magia y la calma de la montaña, y también su fuerza, y me da la impresión de que nada es ya importante, excepto la vida.
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