¿Qué hubiera pasado si el tiempo se hubiera detenido
en este lugar hace 500 años?
Capítulo II
“...Viajes para el alma”, aparecía con letras
doradas en la publicidad que le entregaron en la agencia para aquellas
vacaciones de Semana Santa. Estudió distintas posibilidades. La Patagonia, un
crucero por el Éufrates o un safari por Tanzania fueron las opciones que
barajó. Está claro que el país del Inca acaparó su atención porque, en un
principio, consideró atractivos también los otros destinos. A pesar de la
diversidad de ofertas, el perfil del indio derrotó cualquier titubeo. La silueta tallada en la montaña, envuelta en
la niebla —imagen que contempló en un folleto de la agencia de viajes—, influyó
en su decisión, o al menos, eso creyó ella. Yo ya había leído su guión y en él
me enteré de que Alejandra Viera tendría que viajar a Machu Picchu a conocer su
pasado y, a pesar de desear que fuese cuanto antes, me exasperaba que actuase
movida por unos hilos invisibles que nadie nota que existan. Y así lo haría,
aunque ella pensó que la imagen de los restos del poblado y las llamas surcando
la montaña la habían convencido para elegir aquel lugar y no los otros.
Los
colegas de ruta repetían. Compañeros de expediciones y aventuras, buscaban
también respuestas en territorios lejanos. Viajaría con muchos de los que
visitaron las cataratas de Iguazú, Myanmar, Camboya, Cuba, el sur de la India
y, en un par de ocasiones, la selva del Amazonas en Brasil. Cuando montaban en
el avión, olvidaban sus historias y se dejaban mecer bajo las nubes. Su amiga,
la doctora Clara Montes, la acompañaría una vez más. Compartían profesión,
inquietudes, excursiones y, a veces, amantes a escondidas. Habían estudiado
juntas pero en la facultad apenas se dirigieron la palabra. Tiempo después
coincidieron haciendo las prácticas en el mismo hospital y, desde entonces, se
hicieron inseparables. Entendí, al leer los guiones, que de alguna manera Clara
jugaría un papel destacado en la vida de Alejandra y saqué la conclusión de que
las personas coinciden cuando les toca actuar juntas y no antes.
Pero eso son
hipótesis de un entrometido que lee los guiones de la gente, temeroso de
encontrar algún día el suyo y comprobar que lo que yo viví no fueron mis
decisiones, sino los escritos de un loco que debe aburrirse, y por eso inventa
los papeles de otros. La casualidad ayudó para que el guión de Alejandra cayera
en mis manos, y la curiosidad hizo el resto para que siguiera leyéndolo sin
poder levantar la vista del papel. Por costumbre ojeo las primeras páginas y,
si me llama la atención algún pasaje, lo leo entero sin objetar si hago lo
correcto, a pesar de saber que no me pertenece. Y el de Alejandra Viera, una
vez empezado, no pude dejar de leerlo. ¡Nadie se va a enterar!, me animaba la
voz de mi conciencia".
Cerro Patucusi con río Vilcanota, visto desde Machu Picchu.
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