Capítulo
XXX
"Alcanzaron la ciudad al mediodía, mezclados
con los grupos de baile que aquella tarde actuaban en el Inti Raymi. Cientos de
jóvenes, ataviados de collas, aqllas, soldados y súbditos del Imperio Inca,
poblaban las calles del Cuzco y subían en dirección a la
Plaza de Armas. Huamán sabía que durante los días que durase la fiesta, la
ciudad estaría rebosante de turistas procedentes de distintos lugares y eligió
aquella fecha para pasar inadvertido entre la multitud. Sin embargo, en cuanto
pusieron los pies en la plaza pudo ver desde lejos al alcalde pavoneándose en
la escalinata de la Catedral, adornado
con una cinta de raso, como si fuese una miss recién coronada.
Huamán agarró a Alejandra y dio la vuelta por la calle Mantas, alegando que habría menos gente por allí. Estuvo a punto de ir a refugiarse a su casa, sin embargo, tuvo miedo. Mientras, Tavo Mínguez presumía de autoridad y hacía ostentación de un cargo para el que no estaba preparado, rodeado de los buitres que le permitían actuar como lo hacía. Estaba claro que todos sacaban beneficio de las trampas.
Huamán agarró a Alejandra y dio la vuelta por la calle Mantas, alegando que habría menos gente por allí. Estuvo a punto de ir a refugiarse a su casa, sin embargo, tuvo miedo. Mientras, Tavo Mínguez presumía de autoridad y hacía ostentación de un cargo para el que no estaba preparado, rodeado de los buitres que le permitían actuar como lo hacía. Estaba claro que todos sacaban beneficio de las trampas.
—Con
el transcurso de los años, esta festividad, en otros tiempos sagrada, se ha
convertido en un espectáculo turístico —explicó Huamán después de entrar en un
pequeño bar, ubicado en una esquina de Siete Cuartones, con la excusa de que
tenía sed.
—En
España también se rememoran acontecimientos pasados, fechas importantes,
festividades de patrones de las ciudades o recuerdos de batallas. De eso se
trata, de tener un motivo cada día del año.
—¡No
compares! Cuando el Inca y su comitiva llegábamos al Qorikancha, realizábamos
un brindis con chicha preparada para la ocasión. ¡Pero luego te enseñaré qué
dejaron los españoles del templo! ¡Nada, los muros de sujeción, no más¡
Deshicieron nuestro templo y colocaron al lado una iglesia. ¡Como si su
religión fuese la única válida! ¿Dónde quedó el respeto hacia los otros? ¿Dónde
dejaron la libertad de los demás?
—Se puede conquistar algo que
no tiene dueño, pero esta tierra era de los incas —reivindicó Huamán—. Los que habitaban aquí dejaban abiertas las puertas de sus
casas, en cambio, los españoles ponían cerrojos en las suyas y los míos, confiados,
pensaron al principio que los de Pizarro tenían miedo. ¡Ya vimos después que eran ladrones y bandidos que debían pensar que si no
cierras te roban, como hacían ellos! Aquí había paz y respeto. Nadie tocaba lo
que no era suyo. Es más, cuando salíamos de las casas, con dejar un palo en la
puerta, todos sabían que la casa estaba vacía, pero nadie entraba en un hogar
que no fuera suyo a escondidas, y menos a robar.
—¿Piensas
que yo doy mi visto bueno a lo que hicieron Trujillo y el montón de extremeños,
gallegos y vascos que salieron buscando algo mejor? Eran marineros, cuidadores
de cerdos, guerreros. Había de todo. ¡Eran otros tiempos! Lo peor es que ahora
también pasa. En cuanto hay algo de valor en un país, ya se encargan los que se
creen más fuertes de ir a hacerse con el botín. Guerras por el petróleo, por
las fronteras, por el poder. ¿Y quién crees que sale perdiendo?
—La
población. Como siempre los débiles. ¿Y quién se enriquece? —preguntó Huamán,
al que le encantaba la polémica y defender a los que no podían hacerlo por
ellos mismos.
—Supongo
que el que gana es el país que decide atacar con cualquier pretexto
incoherente. Pero, fíjate, tampoco pienso que gane demasiado. Mira, en las
guerras mueren hombres y mujeres de los dos bandos. ¡Qué sinsentido! Los niños
se quedan huérfanos. Y una muerte en una guerra siempre es una pérdida absurda.
Venimos en son de paz y os dejamos el país despedazado. ¡Detesto esa frase! Y
esa es la frase que utilizan con una tranquilidad pasmosa. Te aseguro que odio
ese concepto de justicia. Ahora os destrozo las casas, acabo con la vida de los
vuestros, os mutilo el futuro, pero no os preocupéis, desgraciados ignorantes,
que ya enviaremos a alguien a ayudaros a reconstruir lo que os hemos dejado,
nos pondremos una medalla y nos adoraréis por ello.
—Eso
mismo que estás contando fue lo que hicieron tus compatriotas. ¡Descubramos el
mundo!, dijeron, pero aquel mundo ya estaba habitado. Llegaron vestidos con
latas arrasando con todo, además de violar a las vírgenes, capturar a los
hombres y robar el oro. ¡Desde entonces somos latinos, pero nosotros éramos
incas, y nada nos cambiará! ¡Ésa es la sangre que corre por nuestras venas!
—dijo Huamán exaltado.
—Mira,
mi amor, cuando vea a Trujillo, ya le diré que no estuvo bien lo que hizo—
bromeó Alejandra—, pero no me amargues la fiesta. ¡Vámonos! —dijo mientras se levantaba".
Me ha gustado mucho esta entrada...como todo o que escribes.
ResponderEliminarHabía una vieja canción de Juan Luis Guerra que decía: "¿Pero quién descubrió a quién?" Pues eso.
Pero como bien dice Alejandra...disfrutemos de la fiesta.
No hay que remover tanto en el pasado y menos aún si nada tuvimos que ver en ello.
Un saludo y a seguir escribiendo tan bien.
Muchísimas gracias por tu elogioso comentario.
ResponderEliminarParafraseando a Juan Luis Guerra:
"Somos un agujero
en medio del mar y el cielo
quinientos años después
una raza encendida
negra, blanca y taína
¿pero quién descubrió a quién?"
Quinientos años después... ¡quién sabe si de verdad no tuvimos nada que ver!
Un saludo, Javier, y éxitos con tu novela: "El deseo de Melanie".