Capítulo XVIII
"Transcurrieron nueve horas de
traqueteo, por una carretera asfaltada a trozos, llena de curvas y sin ninguna
señal de civilización en el camino. El pequeño y destartalado ómnibus paró en
cada poblado del recorrido. Las pocas casas que se veían aparecían revestidas de
adobe; los niños forrados de hambre. Las montañas nevadas ya iban informando de
que afuera hacía frío.
El ruido ronco
del motor se fusionaba con los llantos de un par de criaturas que viajaron
envueltas en mantas. La sensación de pobreza material que evidenciaban los
viajeros contrastaba con las sonrisas de sus ojos. Una mujer, que transportaba
en la baca un cajón de frutas, bajó en una de las paradas para tomar de él una
naranja. Con el mismo protocolo del que degusta un exquisito manjar sobre un
plato de oro, la señora sacó del bolsillo una diminuta navaja oxidada. Peló con
ella la fruta y depositó las cáscaras sobre sus piernas, cubiertas con un
mandilón que protegía sus mejores galas. Debajo de una raída falda rojiza
asomaba un sayo adornado con puntillas que en otros tiempos fueron blancas.
Compartió la fruta con el hombre sin dientes que la acompañaba en el asiento y
se limpió las manos en el mandil, pensando, quizá, que era la toalla perfecta". Me intrigan los pensamientos de esta mujer. |
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