jueves, 4 de julio de 2013

Camino de Huaraz

Capítulo XVIII

"Transcurrieron nueve horas de traqueteo, por una carretera asfaltada a trozos, llena de curvas y sin ninguna señal de civilización en el camino. El pequeño y destartalado ómnibus paró en cada poblado del recorrido. Las pocas casas que se veían aparecían revestidas de adobe; los niños forrados de hambre. Las montañas nevadas ya iban informando de que afuera hacía frío. 
El ruido ronco del motor se fusionaba con los llantos de un par de criaturas que viajaron envueltas en mantas. La sensación de pobreza material que evidenciaban los viajeros contrastaba con las sonrisas de sus ojos. Una mujer, que transportaba en la baca un cajón de frutas, bajó en una de las paradas para tomar de él una naranja. Con el mismo protocolo del que degusta un exquisito manjar sobre un plato de oro, la señora sacó del bolsillo una diminuta navaja oxidada. Peló con ella la fruta y depositó las cáscaras sobre sus piernas, cubiertas con un mandilón que protegía sus mejores galas. Debajo de una raída falda rojiza asomaba un sayo adornado con puntillas que en otros tiempos fueron blancas. Compartió la fruta con el hombre sin dientes que la acompañaba en el asiento y se limpió las manos en el mandil, pensando, quizá, que era la toalla perfecta". 


Me intrigan los pensamientos de esta mujer.





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