lunes, 5 de agosto de 2013

Valle Sagrado de los Incas. Salineras de Maras

El Valle del Urubamba guarda tantos secretos y lugares mágicos, que viajar por ellos es adentrase en otro mundo. Justo cuando la montaña Qaqawiñay pierde altura, un mar de sal se abre a nuestro paso. Ubicado en distintas terrazas, el sol, jugando a disfrazar con nieve imaginaria las pozas, quiere confundirnos.

Cuenta la leyenda que, después de un devastador diluvio, por una de las misteriosas ventanas de la montaña Tampu Tocco, 8 hermanos Áyar, todos de extraordinaria belleza, salieron buscando un lugar fértil para vivir.
Cuatro hombre y sus hermanas y a la vez esposas cuyos nombre eran:  Áyar Manco y su mujer, Mama Ocllo, que llevaron consigo maca para cultivar; Áyar Cachi y Mama Cora, que portaban sal para mantener los alimentos; Áyar Uchu y Mama Rahua, que se ocuparon de llevar pimiento y ají; y Áyar Auca y Mama Huaco, que no olvidaron el maíz. Las mujeres cargaron con quinua, símbolo de la felicidad. No iban solos. Les acompañaban otras familias incas.

En el camino, contemplaron nieves, quebradas plagadas de flores y desfiladeros imposibles. Áyar Cachi trotaba por las lomas y despeñaderos, y arrojaba piedras tan lejos y tan alto que parecían perderse entre las nubes. Era tal su puntería y tan descomunal su fuerza, que deshacía las montañas haciendo brotar agua  y modelaba el curso de los ríos jugando con sus manos. Sus hermanos, temerosos de su valía y de su atolondramiento, le tendieron una trampa. Le rogaron que regresara a la montaña de la que salieron, en busca de unos objetos olvidados. Le hicieron creer que lo eligieron a él para este cometido por la fortaleza de sus piernas y su resistencia. Lo siguió muy de cerca un sirviente, que bloqueó la entrada de la cueva con grandes bloques de piedra. Desde lejos, el resto de los hermanos le oyeron gritar y sintieron también que la tierra temblaba. Dentro de la cueva, Áyar Cachi se deshacía en gritos y golpes, y provocó que los derrumbes tapasen definitivamente la salida. 

Las lágrimas de Áyar Cachi, cargadas de tristeza al sentirse traicionado, se convirtieron en cristales. Esos cristales brotan ahora en forma de manantial, para que las salinas se mantengan con vida. Este manantial de agua salada procura a los habitantes de la zona la sal que sazona sus comidas. Se trata de las Salineras de Maras. 

La leyenda de los hermanos Áyar no acaba aquí. Os adelanto sólo el comienzo. El único de los hombres que sobrevivió a este viaje fue Áyar Manco, conocido como Manco Cápaz, que con sus cuatro hermanas llegó a Cuzco, donde se estableció. Fundó allí la ciudad, en nombre del creador Viracocha, y en nombre del Sol. 

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